Érase una vez, en una tierra caótica, una flor única que nació con patas en lugar de raíces. Día tras día, sus compañeras flores le preguntaban por qué no echaba raíces como ellas. No sabía cómo responder, pues había nacido así y no podía cambiar. Un día, mientras vagaba, se extravió. En su viaje, conoció a un grupo de mariposas que le enseñaron a aceptar su singularidad y a ser amable consigo misma. Decidió continuar viajando con sus nuevas amigas mariposas y, juntas, afrontaron caminos hermosos y desafiantes. Finalmente, llegaron a un cuarzo rosa donde la flor pudo descansar y reflexionar. Mientras se relajaba, observó cambios en su cuerpo. Sus pétalos eran diferentes, aunque con agujeros y daños del viaje. Notó que brillaban con más intensidad que nunca.

Además, había desarrollado una armadura que la protegía de las amenazas externas. La flor nunca imaginó que podría lograr tanto, pero sabía que aún le quedaba mucho por aprender. Agradeció al cuarzo rosa la oportunidad de ver lo que había logrado y juró regresar. Reuniendo a sus amigas mariposas, emprendió su viaje, lista para enfrentar lo que le deparara el futuro.